San Alex Lora: un crónica de Rock & Roll, humor y devoción

Texto: Israel Martínez

Fotos: @evilisrael_

Esperábamos al gran maestro, una de las últimas leyendas vivas del rock mexicano: el suegro de México, el hombre de buen hablar. Al mismísimo Alex Lora. Una plataforma comenzó a emerger y el público enloqueció en gritos.

Nunca fui fan de El Tri, pero gracias a mi papá me sé los coros de sus éxitos: las más emblemáticas, claro, incluso algunas del Three Souls in My Mind. Aun así, vibraba con la idea de ver en vivo por primera vez a este tipo que, te guste o no, ya es monumento nacional.

En el trayecto al concierto, el amado metro de la CDMX se llenó de chavorrucos con uniforme de batalla: chalecos de mezclilla desgastados, pantalones de cuero y, cómo no, gorras estilo poli-puercos. En mi vagón no faltaban los fans revisando el mapa como primerizos, quizá dudando si bajarse en Ciudad Deportiva o Velódromo, antes de pisar el Estadio GNP.

Entre camisetas de la Virgen de Guadalupe y chalecos con el rostro de Lora, avanzamos como peregrinos rumbo al ritual. Yo, más de baños de pueblo, me desvié en Velódromo para husmear la mercancía pirata tras el Palacio de los Deportes. ¡Sorpresa! Entre puestos de raperos del Urban Fest, descubrí playeras de El Tri con la sacra imagen de San Lora y lentes oscuros con la Guadalupana estampada.

Al filo de las 8:30, el espectáculo arrancó. Al acercarme al escenario, el panorama era épico: mar de cabezas ondeando bajo luces neón. Los outfits de la banda no mentían — producción primera clase, inversión que se veía hasta en los detalles.

Las luces se apagaron. En la oscuridad solo se escuchaban los gritos de “¡Loooora!”. El viejo salió como por ascensor del inframundo: levitando desde bajo el escenario entre humo y destellos. Tras abrir con La Raza Más Chida, soltó: “Sería una pendejada no cantar el himno”. Y ahí estaba: la bandera con la Virgencita de fondo, fotografía instantánea para el museo del recuerdo.

Fascinante ver a un cuarentón eterno (próximo a los 80) brincando como saltamontes eléctrico: guitarreando, contando chascarrillos y bailando con la energía de veinteañero. Mientras otros artistas cumplen, él vivía cada acorde.

Mi momento cumbre: un Batman cincuentón se plantó frente a los polis que querían despejar la zona. “Aquí es plancha libre”, les espetó hasta que llegaron refuerzos. Cuando cedió, El Tri justo arrancó Ratero. Medio estadio le coreó “¡Es un ratero con credencial!” mirando a los uniformados. Poesía pura.

¿Noche única? Seguro. ¿Repetible? Quizá si doña Lora quiere explotar otra gira. Pero esta velada —mezcla de misa rockera, carnaval callejero y sátira social— ya quedó tatuada entre mis crónicas capitalinas.

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